La Sindicalización Campesina

La ley de Sindicalización Campesina promulgada por la administración Frei en el año 1967 tuvo como consecuencia la dinamización de las formas de organización social presentes en la sociedad rural chilena y actuó como un poderoso incentivo para la aparición de una enorme cantidad de movimientos campesinos de reivindicación social a través de la sindicalización.

Los sindicatos campesinos eran casi inexistentes en el campo chileno, pues hasta 1964, año de la llegada de la Democracia Cristiana a La Moneda, no habían más que 24 organizaciones sindicales que reunían a sólo 1.652 miembros a lo largo de todo el país, lo que en la práctica correspondía a escasamente al 0,7% de toda la población rural de Chile. Con la promulgación de esta iniciativa legal la proporción de campesinos insertos en organizaciones laborales aumentó en forma geométrica: del 0,7% de 1964 se pasó a un 24,6% para el año 1973.

La ley de Sindicalización obrera obedecía al principio de la promoción popular, uno de los pilares del programa político que llevó la Democracia Cristiana al gobierno. El propósito de las estrategias de promoción popular impulsadas por la administración Frei era lograr que los sectores populares se integraran política, económica y socialmente mediante la organización y la participación ciudadana

El proceso de Reforma Agraria y la ley de Sindicalización Campesina a medida que se iban profundizando, aumentaban los niveles de tensión política y social en el campo chileno. Las movilizaciones campesinas para acelerar las expropiaciones y las reasignaciones de tierras tuvieron sus mayores manifestaciones en huelgas y tomas de terreno, acciones que se desarrollaron principalmente en el periodo 1967-71.

De la misma forma en que aumentaron las organizaciones sindicales campesinas, las movilizaciones protagonizadas por ellas también lo hicieron: de 693 huelgas realizadas en 1967, la radicalización del conflicto agrario llevó a que en 1971 se llevaran a cabo 1.758 huelgas; lo mismo sucedió con las tomas de terreno, que de sólo 9 en 1967 llegaron a 1.278 en el año 1971.

Al análisis de los datos anteriores se puede afirmar que mientras avanzaba los procesos de democratización y modernización en el campo chileno, también aumentaba la organización y masividad del movimiento campesino. No obstante, a medida que las organizaciones campesinas sindicales ganaban terreno en el campo chileno, otras formas de organización social, como las cooperativas, perdían fuerza y se desmovilizaban; por otro lado, la gradual reproducción y perpetuación de los grupos dirigentes en los puestos de poder (proceso denominado cupularización) produjo un quiebre entre las bases campesinas y las cúpulas; de igual manera, mientras se institucionalizaban y agudizaban los conflictos políticos y sociales en el agro, los grupos de dirigentes perdían ascendencia sobre las bases polarizadas.

La radicalización de la implementación de la Reforma Agraria fue un proceso que ha sido explicado por la conjunción de dos factores; por un lado la burocratización y monopolización de la información por parte de las cúpulas dirigenciales, las que tenían como objetivo la mantención de los privilegios que habían obtenido al establecer vínculos y relaciones con las instituciones gubernamentales.

En segundo lugar, las bases campesinas que poco a poco se estaban convirtiendo en clientes del gobierno de Frei entregaban su apoyo a este último de acuerdo a los niveles de satisfacción a sus demandas en el corto plazo. Esta fluctuación del apoyo campesino a la administración democratacristiana generaba una mayor conflictividad entre quienes consideraban satisfechas sus demandas, y quienes estimaban que los avances de la Reforma Agraria eran de escaso impacto en sus situaciones particulares debido al retraso del las expropiaciones y la redistribución de tierras.

Debido a la tensión política y social presente en el campo, comenzó a emerger una nueva estrategia de movilización para presionar por la aceleración de la Reforma Agraria. Las huelgas y las tomas de “solidaridad” fueron aumentando a medida que se encrudecían conflictos por el despido de trabajadores de los fundos, o como medida de apoyo a conflictos acaecidos en otros fundos de la misma comuna o provincia. Asimismo, a medida que los conflictos en el agro se radicalizaban, las movilizaciones llevadas a cabo eran más profundas: las tomas que a primera mitad de la década del ’60 duraban solamente un par de días, tras la ley de Sindicalización Campesina las tomas de terreno podían durar varios meses.

Los elementos que contribuyeron a la agudización de las movilizaciones de presión fueron dos: en primera instancia, la institucionalización de estas formas de presión, lo que en la práctica no significaba la inexistencia de represión estatal a través de las fuerzas de seguridad del Estado tanto en el gobierno de Frei como en el de Allende.

En segundo lugar, la radicalización de las acciones de reclamación social dio muestra de que los campesinos empezaban a reconocerse como parte de una clase social con demandas propias y derechos que reivindicar, hecho que demostraba la existencia de una bullente conciencia de clase. Tras asumirse como clase, los campesinos incorporaron al conflicto agrario un elemento que minaba y polarizaba la lucha de clases: la autonomía sindical.

La autonomía sindical implicaba la existencia de diversas organizaciones que se circunscribían a las múltiples corrientes políticas presentes en la sociedad chilena durante el periodo que analizamos. Los movimientos políticos urbanos se repartieron la adhesión de las organizaciones campesinas, aunque con una constante polarización entre ellos; las organizaciones sindicales campesinas adhirieron en su mayoría a los partidos de izquierda (61,5%) sin contar al naciente Movimiento Obrero Campesino formado por el MIR en 1970; sin embargo, existía una marcada oposición conformada por la Democracia Cristiana y la derecha tradicional, partidos que aglutinaban al 38,5% de los sindicatos campesinos.

Es preciso señalar que a medida que aumentaba la participación de los campesinos en las organizaciones sindicales campesinas y la conciencia de clase radicalizaba las formas de lucha y reivindicación, los terratenientes del agro chileno comenzaron a formar cuadros armados irregulares (paramilitares) para reprimir las acciones de los campesinos sindicalizados y para resistir a la presión ejercida por los grupos más radicales. De esta forma, la lucha de clases se trasladó definitivamente al campo de nuestro país.