Migraciones del campo a la ciudad en Chile

En Chile con el censo realizado en 1940, se detectó que la mayor parte de la población (64%) ahora vivía en la ciudad. El campo se despoblaba, y con dificultades la ciudad recibía a sus nuevos habitantes.

Aunque suele simplificarse la migración desde el campo a la ciudad, explicándola con la mecanización de la agricultura (la introducción de las trilladoras, los tractores, etc), el proceso tiene además otras causas.

En el siglo XIX Chile cambió su enfoque económico. De una economía basada en las exportaciones de trigo se pasó a una dedicada a la venta de minerales. Esto lleva a muchos campesinos a abandonar sus tierras, en la zona central, y «engancharse» en dirección a los campamentos mineros del norte del país. Esas pequeñas ciudades son el primer eslabón del despoblamiento del campo. Cuando las salitreras cerraron, en su mayoría entre 1920 y 1940, los obreros salitreros debieron volver a emigrar, pero no lo hacen de vuelta a los campos, sino que hacia las ciudades capitales: Iquique, Antofagasta, Copiapó, en la zona norte, y dando un gran salto, en la zona central a Santiago.

Durante la primera mitad del siglo XX la innovación tecnológica en la agricultura fue mínima. El rendimiento agrícola era similar al de un siglo antes, pero ahora con el doble de habitantes. La fragmentación de la propiedad por la herencia llevó a que una familia no pudiera sustentarse con las cosechas anuales. Esto fue muy notorio en las reducciones mapuche, en que además no había claridad de quien era específicamente el dueño. Las personas de las zonas agrícolas comenzaron a empacar sus pertenencias, y con familia incluida, a veces varios hijos, tomaron el tren hacia la ciudad principal de su provincia, por ejemplo, Chillán, Talca, Rancagua, y por su puesto en dirección a la capital de la nación: Santiago.

Una difícil llegada a la ciudad

Las ciudades se habían estado desarrollando gracias al trabajo industrial. Para ello se habían implementado escuelas profesionales, y universidades, que les permitiera a las personas desenvolverse sin problemas en los empleos fabriles. En el sentido contrario las personas que recién llegaban desde el campo no tenían los estudios necesarios como para manejar las máquinas de las industrias, y además dado el reducido número de estas no había una gran cantidad de vacantes. Los inmigrantes eran en su mayoría analfabetos y sin redes de apoyo de familiares en la ciudad.

El campesino y su familia recién llegada a la ciudad debieron emplearse en trabajos de gran esfuerzo físico y mal pagados. La mayoría de las mujeres trabajó como empleada de casa particular, una actividad esclavizante, en que la mujer empleada debía asear la casa, planchar, cocinar, cuidar a los niños (prácticamente criarlos), servir la comida, etc, y en jornadas de 12 y más horas diarias. Los hombres no estaban demasiado mejor, sus empleos de obrero jornalero en la construcción, panadería y otras actividades, estaba normalmente por sobre el límite legal de horas de trabajo, y sin contrato, lo que lo dejaba fuera de los sistemas previsionales.

Consecuencias

Las ciudades fueron creciendo en forma desorganizada. Se le fueron agregando los nuevos barrios obreros en los alrededores del centro, y desde ahí, otros más, cada vez más lejanos a la fuente de trabajo. La ciudad necesitó de movilización, lo que llevó al desarrollo de la locomoción colectiva urbana, para mover a miles desde sus hogares hasta sus lugares de trabajo. El automóvil era un artículo de lujo, que le servía a las personas ricas para movilizarse desde sus barrios, que también se alejaban cada vez más del centro, hasta sus empresas. Las calles y caminos fueron mejoradas, dejándose paulatinamente el camino de tierra, reemplazándolo por pavimento. Esto se hizo extensivo a las zonas rurales, construyéndose en la década de 1940 las primeras carreteras, de un solo carril, que lentamente fueron reemplazando al ferrocarril como vía de transporte.

Las personas que no tenían vivienda, la gran mayoría de los inmigrantes campesinos, se instalaron a vivir en los márgenes de la ciudad; tomándose los terrenos. Las tomas se realizaban de manera completamente ilegal, pero el Estado las fue tolerando debido a la gran necesidad de vivienda. A estas poblaciones, sin planificación urbana, que en sus inicios no tenían red de agua potable ni alcantarillado, se les conoció en como «callampas». La población total de Santiago se duplicó entre 1940 y 1960, llegando a los 2 millones de habitantes. Acomodarlos es todavía un desafío, sobre todo si consideramos que para el 2014 se calcula en  seis y medio millones el total de habitantes. Lo ocurrido en la capital del país tuvo iguales, e incluso peores, situaciones en las otras ciudades de Chile.