El Imperio Macedónico: la Cultura Helenística

La definitiva derrota de Atenas, y la débil condición en que quedó Esparta tras la Guerra del Peloponeso, generaron una serie de enfrentamientos entre las polis griegas por la supremacía que del territorio; esta situación, fue aprovechada por una antigua polis ubicada al norte de la planicie de Tesalia, para reunir bajo su control a toda la nación griega: hablamos de Macedonia.

Macedonia era una polis del norte de Grecia, que se organizaba como una monarquía de carácter absoluto que era apoyada fuertemente por la aristocracia, y que a partir del gobierno del rey Filipo II, entre los años 359 y 336 a. de C., aumentó considerablemente su poder militar.

La principal novedad que aportó Filipo II al desarrollo de la evolución histórica del pueblo griego, fue su concepción del Estado nacional griego. La noción de Filipo II, representaba una práctica original en medio de la tradicional preferencia griega por el Estado urbano basado en la polis: sólo la religión y el deporte actuaban como elementos aglutinadores del pueblo griego. En el aspecto político, las anfictionías (división de las polis griegas en Ligas) consolidaron las autonomías regionales y fomentaron los conflictos bélicos entre las polis.

La propuesta de Filipo consideraba la fundación de un Estado nacional griego, con una autoridad central encargada de fortalecer la cohesión entre los helenos, más allá de los lazos deportivos y religiosos. Siguiendo el curso lógico, las intenciones de Filipo chocaron con los intereses de Atenas, que a través de Demóstenes, manifestaron su rechazo y señalaron como una amenaza a los macedonios. En este contexto, el gobernante macedonio inició una campaña militar para someter a las polis griegas; sin embargo, estas fueron sostenidas en forma clandestina por Persia, reino que no veía con buenos ojos el crecimiento del poder de Filipo.

El año 338 a. de C. fue decisivo para el destino de los griegos: luego de vencer en la batalla de Queronea, Filipo impone su doctrina del Estado nacional frente a las autonomías locales representadas por Atenas, Esparta, Tebas, y el resto de las polis. De esta forma, Filipo rompe con la tradicional fragmentación de los griegos, y el helenismo se transforma en la base de su gobierno.

Las intenciones expansionistas de Filipo se ven truncadas el año 336 a. de C., cuando en medios de los preparativos para lanzar una campaña militar sobre su gran enemigo Persia, es asesinado por un soldado de su propio ejército.

Es preciso destacar, que tal vez imaginando su repentino deceso, Filipo encargó a Aristóteles que preparara a su hijo Alejandro, y desde sus 14 años le acompañó y educó.

Alejandro, apodado Magno (“el grande”), le sucedió en el trono a los 20 años e inmediatamente llamó a las polis helenas a una asamblea en Corinto.

En esta reunión, Alejandro confirma su poder, al hacer que el resto de las ciudades lo reconozcan como su líder; no obstante, Tebas se mostró contraria a aceptar esta imposición y fue destruida por los legionarios de Alejandro Magno, los que solamente dejaron en pie la casa del poeta Píndaro y los templos de los dioses.

Una vez consolidada su posición, Alejandro retoma los planes de su padre y se lanza contra los persas en el año 334 a. de C., atravesando los Dardanelos junto a los 35.000 soldados que componían su ejército, con los que venció en la batalla del río Gránico en la zona de Frigia. Estando en Asia Menor, Alejandro conquistó las polis jónicas y avanzó por la península de Anatolia, logrando acercarse al imperio persa.

En Issos, en el año 333 a. de C., Alejandro se enfrentó con Darío III y le venció, junto con destruir el poderío de los persas; sin embargo, le perdonó la vida a él y su familia. Luego de su triunfo sobre Persia, Alejandro conquistó los territorios de Siria y las costas del Líbano; enseguida, anexó pacíficamente a Egipto, y en el delta del Nilo fundó la ciudad de Alejandría, en el año 332 a. de C.

Posteriormente, las legiones alejandrinas se dirigieron hacia las tierras de Mesopotamia, en donde se reencontraron con Darío III, en la batalla de Arbelas. Esta vez, en la ciudad de Nínive, las fuerzas persas compuestas por 200.000 tropas de infantería, 45.000 caballeros y 150 carros de guerra; no obstante, nuevamente las fuerzas de Alejandro se impusieron, provocando la huida de Darío III.

En su persecución, Alejandro penetró en Babilonia, Susa y llegó hasta Persépolis, ciudad que mandó a incendiar. Con los grandes tesoros pertenecientes a los gobernantes derrocados, el botín obtenido permitió a Alejandro solventar sus expediciones y avanzar hasta las riberas del mar Caspio, en busca de Darío III; finalmente, en la provincia de Ecbatana, zona en la que hallaba asentado, Alejandro se enteró de la muerte de Darío y continúo internándose en Asia sometiendo a su paso los territorios de Uzbekistán y Afganistán.

Es preciso señalar, que con la definitiva caída de los persas y Darío III, Alejandro encontró la posibilidad de convertir el Estado nacional heleno en un Estado imperial, adelantándose a Roma en la constitución de un poder cosmocrático.

A medida que Alejandro acumulaba territorios, también expandía la cultura helenística por las estepas de Asia: se produjo un sincretismo protagonizado por la mezcla de la tradición helénica con las tradiciones surgidas entre las primeras civilizaciones humanas.

Un ejemplo de las intenciones “helenizantes” de Alejandro fueron las múltiples ciudades que fundó y bautizó como Alejandría, al igual que en Egipto. Sin embargo, mientras Alejandro helenizaba a los pueblos asiáticos, simultáneamente incorporaba elementos asiáticos al modo de vida griego; ello es parte de la estrategia de Alejandro para concretar su gran sueño: la unión de Oriente y Occidente en un único Estado universal.

El sincretismo cultural se vio reforzado con la costumbre adoptada entre los legionarios imperiales de contraer matrimonio con mujeres asiáticas. De hecho, el propio emperador se dio el ejemplo; el resultado en la práctica fue el surgimiento de la Civilización Helenística, también denominada alejandrina.

Las intenciones del emperador de levantar un Estado universal, lo llevaron a él y a sus guerreros hacia el valle del Indo, lugar donde arribó en el año 372 a. de C. En las tierras del subcontinente indio, Alejandro se enfrentó con el ejército de elefante del rey Poros y lo derrotó, esta victoria alimentó el ímpetu del emperador y quiso seguir avanzando hacia el Oriente.

No obstante, sus tropas estaban cansadas lo que le obligó a regresar. En su viaje de retorno a Macedonia, Alejandro de paso en Babilonia, fue mordido por un mosquito y contrajo el paludismo; esta enfermedad era de carácter letal, y el más grande gobernante del mundo antiguo, falleció en el año 323 a. de C. a la edad de 33 años.

El repentino deceso de Alejandro produjo el fraccionamiento de su imperio y, además, el decaimiento de la cultura helenística; los territorios imperiales fueron divididos dando forma a pequeños reinos llamados estados helenísticos. Estos fueron repartidos entre cuatro poderosos generales de su ejército, también conocidos como diácodos: Cassandro, se quedó con Macedonia, Lisímaco con Tracia, Seleuco conservó Siria, y Ptolomeo gobernó Egipto.

En este punto, llega a su fin el estudio y análisis de la evolución histórica de la vasta cultura surgida en Grecia; a partir de este momento, la luz del pueblo griego se paga y comienza a brillar en la bota italiana la Civilización Latina.

El apogeo de la Península Itálica, coincidió con el desmoronamiento del Imperio Alejandrino, y pronto las polis griegas se convirtieron en provincias romanas.