El Teatro en el Romanticismo

Este movimiento, el Romanticismo, nace como respuesta al teatro en el Neoclasicismo, en contestación a su modo crítico de ver el mundo y a la cuadratura y rigidez de pensamiento racional.

El Romanticismo pretende retornar a las raíces, buscar la expresión misma y liberarse de los yugos de lo estricto del pensamiento, para dar paso a obras dinámicas y de exaltación de la individualidad humana. Se deja atrás la concepción aristotélica de los tres actos y se une la prosa con el verso en los textos, dando pie a relatos de angustia, fantasía o de liberación de sentimientos por medio de la palabra, sin importar lo que dictaba la razón.

El Romanticismo en España se ciñe al subjetivismo que plantea el movimiento, dando énfasis a los sentimientos de los personajes, que se relacionan directamente con sus estados anímicos, lo que es una consecuencia del cómo se siente el autor de la obra. Hay una orientación hacia lo depresivo, una tendencia hacia ese estado que se refleja en la literatura, así como la muerte, las sombras o la noche. También se incorporan los elementos sobrenaturales dentro del drama. José Zorrilla es el mejor ejemplo de los autores españoles de este tiempo y escribió célebres obras que son leídas hasta el día de hoy, en el Siglo XXI.

Sus relatos están cargados de espíritu nacionalista e histórico, donde la intriga juega un rol preponderante y las acciones son muy dinámicas; los personajes son simples, pero bien definidos, llegando a convertirse en arquetipos, como lo es el personaje seductor de Don Juan Tenorio.

He aquí un extracto de esta obra:

(…) En Roma, a mi apuesta fiel,
fijé entre hostil y amatorio,
en mi puerta este cartel:
Aquí está Don Juan Tenorio
para quien quiera algo de él.
De aquellos días la historia
a relataros renuncio;
remítome a la memoria que dejé allí, y de mi gloria
podéis juzgar por mi anuncio.
Las romanas caprichosas,
las costumbres licenciosas,
yo gallardo y calavera,
¿quién a cuento redujera
mis empresas amorosas?
Salí de Roma por fin
como os podéis figurar,
con un disfraz harto ruin
y a lomos de un mal rocín,
pues me quería ahorcar.
Fui al ejército de España;
mas todos paisanos míos,
soldados y en tierra extraña,
dejé pronto su compaña
tras cinco o seis desafíos.
Nápoles, rico vergel
de amor, de placer emporio,
vio en mi segundo cartel:
Aquí está Don Juan Tenorio,
y no hay hombre para él.
Desde la princesa altiva
a la que pesca en ruin barca,
no hay hembra a quien no suscriba,
y cualquier empresa abarca
si en oro o valor estriba.
Búsquenle los reñidores;
cérquenle los jugadores;
quien se precie que le ataje,
a ver si hay quien le aventaje
en juego, en lid o en amores.
Esto escribí; y en medio año
que mi presencia gozó
Nápoles, no hay lance extraño,
no hubo escándalo ni engaño
en que no me halara yo.
Por dondequiera que fui,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí.
a la justicia burlé
y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo a los claustros escalé
y en todas partes dejé
memoria amarga de mi.
Ni reconocí sagrado,
ni hubo razón ni lugar
por mi audacia respetado;
ni en distinguir me he parado
al clérigo del seglar.
A quien quise provoqué,
con quien quise me batí,
y nunca consideré
que pudo matarme a mí
aquel a quien yo maté (…)

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