Chile: sus relaciones con EEUU durante el siglo XX

Hasta el año 1910 la economía chilena estaba fuertemente determinada por la presencia de capitales foráneos, los que en mayor medida eran de origen inglés, alemán y francés y que se concentraban en la minería del salitre, aunque también existían inversiones en los sectores industrial y agroindustrial de nacionalidad inglesa, italiana, suiza y francesa. Por ello, los europeos jugaron un importante rol en el crecimiento de la economía chilena y en particular los capitales ingleses, los que componían el grueso de la inversión extranjera presente en Chile hasta 1914, año en que se inicia la Primera Guerra Mundial y con ella el declive de las potencias europeas.

Una de las principales consecuencias de la Gran Guerra fue el traspaso en el liderazgo de la economía mundial desde Inglaterra hacia Estados Unidos. Chile, un país que siempre ha dependido estructuralmente del mercado global, no escapó al efecto del triunfo aliado y desde la década del ’20 vio como se comenzaron a establecer fuertemente en la economía chilena una serie de inversiones norteamericanas, en primer lugar en la minería del cobre y después, progresivamente, en las diversas áreas de la industria nacional. De esta forma, las empresas de origen estadounidense aseguraron bajo su control los principales recursos naturales del país, proceso que complementaron con la internación de tecnología industrial inexistente en Chile.

En consonancia con lo expuesto más arriba, la influencia norteamericana no se limitó a la industria sino que también se instaló en el ámbito político a través del financiamiento de un gran número de políticas públicas emprendidas por los gobiernos de turno; en efecto, tras la Primera Guerra Mundial, los Estados Unidos se convirtieron en el principal centro económico del mundo y el resto de los países occidentales se vieron subordinados a su influencia y a la generosidad de sus programas de ayuda financiera.

Así, inmerso en este contexto político, Alessandri durante su primera administración fue asesorado por un grupo de economistas estadounidenses, conocido como la Misión Kemmerer y que recomendó la creación del Banco Central y la adopción del patrón oro para controlar la situación inflacionaria. Más adelante, en el periodo de los gobiernos radicales, se implementaron políticas industriales basadas en el New Deal impulsado por el presidente Franklin Délano Roosvelt y en la escuela neoclásica que fundó los principios del sistema económico mundial en Breton Woods, lugar en el que Estados Unidos y los países occidentales instauraron el Fondo Monetario Internacional.

Posteriormente, durante la segunda administración de Ibáñez, nuevamente una comisión de expertos norteamericanos (la Misión Klein-Sacks) fue consultada por el gobierno chileno en su afán por revertir la espiral inflacionaria que había elevado altamente los niveles de descontento social.

La Alianza por el Progreso

Con la llegada de John F. Kennedy a la Casa Blanca, la injerencia estadounidense en los asuntos latinoamericanos adquirió ribetes institucionales con la creación de la Alianza para el Progreso, una estrategia diseñada en plenos años de la Guerra fría por el Estado norteamericano y que consistía en grandes paquetes de ayuda financiera para los países que adhirieran a la doctrina del capitalismo occidental y que se mantuvieran alejados de la órbita de influencia soviética y de la Revolución Cubana.

Como es de suponer, nuestro país no escapó a la iniciativa de Kennedy y durante el gobierno de Frei Montalva y la Democracia Cristiana, nuestro país recibió una enorme cantidad de recursos provenientes de diversas instituciones de ayuda norteamericana que financiaron la llamada “Revolución en Libertad” impulsada por Frei y sus principales reformas sociales y económicas, como la Reforma Agraria y la Reforma Educacional.

Tras las elecciones de 1970, la ayuda estadounidense sufrió un vuelco de proporciones con la llegada de Salvador Allende y la Unidad Popular, puesto que del plano de la cooperación económica, el Departamento de Estado norteamericano pasó a boicotear económica y políticamente al gobierno de Allende con la finalidad de desequilibrar a la nueva administración. Las consecuencias de esta estrategia, sumado a una serie de factores políticos y sociales, desembocaron en el violento golpe de Estado que sacudió a Chile en septiembre de 1973.

Como podemos observar, la influencia norteamericana no se limitó al campo económico sino que también se manifestó en el ámbito político-militar, en particular después del fin de la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de la Guerra Fría a través de la formación de alianzas militares en el contexto del conflicto geopolítico sostenido por las dos superpotencias planetarias. A partir de 1943, los Estados Unidos comenzó a supervisar sistemáticamente las actividades de los contingentes militares del continente, situación que se incrementó con el recrudecimiento de la Guerra Fría luego de la Crisis de los Mísiles en 1962 y la partición del mundo en dos polos con el levantamiento del Muro de Berlín un año antes.

La Doctrina de Seguridad Nacional

La principal estrategia utilizada por el gobierno norteamericano para consolidar las posiciones estratégicas del bando capitalista en Latinoamérica fue la penetración de los cuerpos militares locales por medio de la inducción de cuadros de elite en la denominada Doctrina de Seguridad Nacional. Este cuerpo de premisas básicas de la política exterior norteamericana y su forma de enfrentarse al comunismo a nivel global fue aprendido por un numeroso grupo de militares de diversos países latinoamericanos, entre ellos varios oficiales chilenos que asistieron a un campo de entrenamiento especialmente preparado en la prestigiosa Academia militar de West Point. Es preciso señalar que desde comienzos de la década de 1960 se tiene conocimiento de que en nuestro país hubo presencia de agentes encubiertos de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA), los que tenían como misión conocer e informar en profundidad el proceso político que se daba en Chile.

La Influencia Cultural

La influencia estadounidense también se hizo sentir en el plano cultural, pues con el desarrollo de las tecnologías de información y comunicación tras el final de la Segunda Guerra Mundial nuestro país se vio fuertemente irradiado por los modos y hábitos culturales de los grandes centros urbanos de Estados Unidos.

La masificación de la radio, el cine, y posteriormente la televisión fueron factores que consolidaron la penetración del acervo cultural norteamericano, en especial en la industria de consumo popular como la música, las películas, la arquitectura, las prendas de vestir, e incluso su influencia alcanzó al espectro lingüístico pues varios grupos sociales adoptaron términos de origen anglosajón en sus prácticas lingüísticas cotidianas.

De esta forma, la influencia cultural norteamericana apoyada por los desarrollos tecnológicos en el campo de las comunicaciones, penetró y se consolidó en el seno de la sociedad chilena; no obstante, es preciso acotar que esta influencia fue recibida de diversas maneras por la población chilena, siendo sus mayores detractores los grupos sociales más carenciados, los que a través de los mismos medios que transmitían la impronta cultural estadounidense, conocían y simpatizaban con causas de carácter revolucionario como la propia Revolución Cubana, el Che Guevara, el Mayo francés del 68’, el movimiento por los Derechos Civiles desarrollado en los mismos Estados Unidos o el movimiento Hippie.