El Imperio Inca y el Norte Grande

Mientras en el Norte Grande las poblaciones ariqueñas y atacameñas se enfrentaban con los pueblos del altiplano por el control de las escasas aguas, en las proximidades del Cuzco un señorío de dudosos orígenes se estaba transformando en uno de los imperios más extensos que conoce la civilización humana.

Gracias a su extraordinaria capacidad de organización y a un cohesionado ejército, en poco más de un siglo, los incas lograron construir un aparato estatal que tuvo bajo su control territorios que abarcaban la totalidad de los Andes Centrales y sus áreas de influencia.

El factor que posibilitó y alimentó el expansionismo inca fue la llamada “herencia dividida”, el cual implicaba que al fallecer un gobernante su panaqa conservaba todas sus riquezas y territorios, por lo que su sucesor debía embarcarse en nuevas empresas de conquista para obtener riquezas y terrenos cultivables para su propia panaqa. Esta dinámica expansiva, llevó al Inca Tupaq Yupanqui a fijar sus ojos en los territorios del Norte Grande de Chile y a emprender su conquista en el año 1.471.

Las tropas de Tupaq Yupanqui llegaron al extremo norte de Chile aliados con los pueblos del altiplano peruano boliviano, los cuales se mantenían en permanentes conflictos con los pobladores ariqueños y atacameños. Esta alianza fue efectiva y los incas se establecieron en el Norte Grande, dando inicio a la última etapa de desarrollo cultural antes de la llegada de los conquistadores europeos; los arqueólogos y los etnohistoriadores coinciden en llamar a este periodo como la fase de Integración Panandina.

En Arica la presencia inca se manifestó en la ampliación de las tierras de cultivo, debido a la introducción e implementación de técnicas más avanzadas en la explotación de los recursos hídricos. Los asentamientos incas más representativos se encontraban en el valle de Azapa, conocido como Purisa, y en el valle de Lluta, denominado Mollellampa. Estas urbanizaciones incas estaban conectadas entre sí y con los demás territorios del Imperio mediante el Camino del Inca; este era una extensa red de caminos que comunicaban a todo el Tawantisuyu y era recorrido regularmente por los chasquis o correos humanos. Los chasquis se detenían en los tambos o postas, y en ellos se surtían de alimentos, bebestibles, y todo lo necesario para atravesar a gran velocidad todo el territorio comprendido por el Imperio.

Los incas en todos los territorios que dominaban introducían sus prácticas culturales, y la característica industria cerámica del Norte Grande fue complementada con nuevas formas de vasijas y recipientes; entre ellas podemos mencionar al aríbalo, un gran cántaro de cuello en forma de bocina. Desde el Pucará de Turi, las fuerza incas vigilaban a las poblaciones locales sometidas, y también coordinaban la explotación de yacimientos de cobre que impusieron a las comunidades que se situaban en la cuenca del Loa. En el Salar de Atacama, los incas levantaron un centro administrativo que dispusieron frente al Pucará de Quitor, lugar desde donde controlaron a las comunidades atacameñas de las cercanías del oasis y el salar. No obstante, es preciso señalar que la presencia inca en San Pedro no alcanzó a consolidarse porque sería interrumpida bruscamente.