El Periodo Formativo en el Norte Grande

Como hemos visto, por más de seis milenios de existencia, los primeros grupos humanos que habitaron el extremo norte de nuestro país basaron su economía de subsistencia, exclusivamente, en la mera apropiación de los recursos que el medio les ofrecía. Sin embargo, estos primeros nortinos debieron adaptarse y evolucionar a medida que se modificaron las condiciones climáticas del Norte Grande durante el periodo posglacial.

En los últimos años del Arcaico Tardío, numerosos grupos humanos ocupaban la mayor parte de los nichos ecológicos adecuados para la vida humana, y además, estaban desarrollando incipientemente la cría y domesticación de animales y plantas, y de esta manera, adoptando gradualmente el sedentarismo como principal forma de vida.

En los inicios del segundo milenio a. de C., los grupos de cazadores recolectores del extremo norte de Chile, habían introducido en su dieta cotidiana ciertas plantas domesticadas; sin embargo, a pesar de no transformarse en un elemento principal de su alimentación, este hecho revela un importante cambio económico que se estaba produciendo, y que un milenio más tarde se materializaría en la posibilidad de producir los alimentos básicos de su dieta. Este importante proceso, en el que hacen su aparición los primeros pueblos agricultores, se produce en el periodo que los arqueólogos han denominado como Formativo.

El Formativo en Arica Parinacota y Tarapacá

Los primeros pueblos agricultores (específicamente horticultores) del Norte Grande han sido encontrados en el valle de Azapa, y se piensa que vivieron en habitaciones construidas con totora; estos grupos se alimentaban del cultivo de zapallos, calabazas, ajíes, porotos, quínoa y maíz; no obstante, no abandonaron del todo la recolección y seguían recogiendo las vainas del algarrobo y extraían mariscos de los roqueríos presentes en el litoral.

Los agricultores establecidos en el valle de Azapa lograron desarrollar, además, una serie de adelantos tecnológicos que revelan una posible conexión con las tradiciones culturales surgidas en el altiplano boliviano; entre ellos se pueden mencionar la producción de una cerámica monocroma y el conocimiento de nociones básicas de la metalurgia del cobre.

Estos agricultores incipientes son conocidos como los “enturbantados”, puesto que en sus cementerios se han encontrado cadáveres que en sus cabezas llevan puestas gruesas madejas de lana, a modo de turbantes; su vestuario lo complementaban con el uso de cintas de lana con cuentas de hueso, que colgaban de sus tobillos y muñecas. Esta característica de los “enturbantados” nos indica que dominaban muy bien la ganadería de camélidos, y además, el manejo de complejas técnicas de tejido.
Durante el periodo inicial del Formativo, en las inmediaciones del Morro de Arica habitaba otro grupo de enturbantados que se habían especializado en la explotación de los recursos marinos de la costa. Estos pescadores lograron desarrollar una compleja tecnología para pescar en altamar, y de la misma forma que la gente del interior del valle, poseían una cerámica que trataban con pastas vegetales; la gente del Morro también elaboraba canastos ornamentados con diseños geométricos y modelaban calabazas con figuras de aves que grababan con fuego. Los enturbantados del Morro eran hábiles tejedores e hilaban lana de llama, de la que confeccionaban prendas de vestir con colores como el rojo y el azul junto con una diversa gama de marrones.

A mediados del siglo V a. de C., los enturbantados del Valle de Azapa evolucionaron hacia una economía basada en el cultivo del maíz, la quínoa, el camote, la mandioca y los porotos; la que complementaron con la extracción de recursos del mar y la caza de animales salvajes. A los grupos de estos agricultores más avanzados se les conoce como comunidades Alto Ramírez, y se caracterizaron porque enterraban a sus difuntos en tumbas formadas por montículos de barro y fibras vegetales. Los arqueólogos estiman que al igual que las antiguas comunidades de enturbantados, las Alto Ramírez estuvieron en contacto con las tradiciones culturales del altiplano peruano y boliviano.

Las comunidades Alto Ramírez se expandieron por el interior y la costa del Norte Grande y ocuparon todos los sectores en que existía suficiente disponibilidad de agua para la subsistencia humana. La presencia de estos pobladores está comprobada por los hallazgos de múltiples cementerios de enturbantados que perduraron hasta el primer milenio de nuestra era.

El Formativo en Antofagasta

A diferencia de lo que ocurre con las otras regiones del Norte Grande, en la Región de Antofagasta para los arqueólogos aún no está claro el proceso evolutivo que se dio en la zona, y que significó una transición entre las anteriores comunidades Chiuchiu y las nuevas Tilolacar, las que se comienzan a localizar a mediados del año 1.200 a. de C.; estas nuevas comunidades se situaron principalmente en la quebrada de Tulán y en el pequeño vergel de Tilolacar. Estas comunidades se asentaron en conjuntos de habitaciones construidas de forma circular, hechas a base de piedras y que tenían techumbres ligeramente sólidas, lo que indica un relativo sedentarismo. Las comunidades Tilolacar organizaron su economía en base a la interacción de la ganadería de llamas y el cultivo de maíz, papas, quínoa y calabazas; sin embargo, estas labores eran integradas con la caza y la recolección, aunque en forma secundaria.

En las inmediaciones del río Loa la etapa Tilolacar se ha localizado hacia el año 1.000 a. de C., y su principal foco se ubica en el oasis de Chiuchiu; en este lugar se han hallado restos de aldea compuesta por una serie de edificaciones semisubterráneas, y además se han encontrado huesos de camélidos salvajes, que señalan que la caza era una actividad todavía relevante en sus dietas. Sin embargo, también se han identificados huesos de dos variedades de camélidos domesticados; una llama pequeña, de la que obtenían lana para los tejidos y carne para el consumo cotidiano; y otra llama más grande, la que probablemente era ocupada en labores de carga y transporte de largo aliento. Aunque las comunidades Tilolacar estaban establecidas en los oasis y vergeles, en el periodo estival solían subir a las quebradas y al altiplano en busca de los pastizales que las lluvias veraniegas hacían crecer.

En estos movimientos estacionales, los pobladores Tilolacar comenzaron a visitar regularmente las cuencas de las lagunas cordilleranas como Meniques y Miscanti, de la misma manera en que lo habían hecho sus predecesores. Estos viajes estaban motivados por la posibilidad de obtener en las tierras altas productos que sólo se daban en este piso ecológico: vidrios volcánicos para fabricar armas y herramientas; huevos y plumas de flamencos; lana de vicuña y pelo de vizcachas y chinchillas.