La hacienda en la colonia

Como si fuera un país aparte, la hacienda agrícola y ganadera se convirtió durante la colonia en una forma de organización en que bajo el mando de un patrón estaban empleados, inquilinos y peones.

Ya en el siglo XVI Pedro de Valdivia le escribía al rey respecto de las maravillas climáticas de Chile, destacando que no era ni tan frío ni tan caluroso, por lo tanto era un lugar perfecto para la agricultura. En el siglo XVII la producción en los campos superará a la de la actividad minera, utilizando más mano de obra, y grandes espacios territoriales. Entre lo que es el actual Copiapó y el actual Concepción se crearon las haciendas, conocidas también como fundos. El método de producción era muy ineficiente. Las técnicas eran medievales, usando la alternancia de cultivos como única forma de mejorar las cosechas. Los alimentos cosechados eran para el consumo de la misma hacienda y el pequeño excedente abastecía a las pequeñas ciudades de las cercanías.

La gente de las haciendas.

Los dueños de las haciendas eran llamados patrones, los cuales vivían normalmente en las ciudades, sin dejar de ver sus campos. A cargo de la hacienda estaba el capataz, hombre de confianza del patrón, que tenía los plenos poderes para asignar trabajos y castigar a quienes no lo hicieran. Bajo su mando había un pequeño grupo de empleados asalariados, pero la mayor parte de los trabajadores eran los inquilinos y los peones. Los inquilinos eran mestizos que se habían establecido dentro de los límites de la hacienda, teniendo permiso para quedarse a cambio de trabajar para el patrón, pudiendo conservar lo necesario para sobrevivir, pero entregando todo lo demás al dueño. Sus actividades en la hacienda eran la cosecha, la trilla de trigo, la vendimia de la uva, la fabricación de vino, el rodeo de animales y la ordeña de leche. Los inquilinos recibían regalías, es decir cosas tales como una modesta vivienda, animales y ropa. Debido a estas ayudas, con el pasar del tiempo, los inquilinos se convirtieron en gente muy leal al patrón, aceptando como ley todas sus instrucciones. Participaba en las fiestas en honor al hacendado, como por ejemplo el día de su santo. En muchos casos el patrón tenía relaciones adúlteras con sus inquilinas, lo cual dejaba un alto número de hijos ilegítimos, pero normalmente ayudaban con su mantención. También generadores de hijos fuera del matrimonio eran los peones. Ellos eran trabajadores temporeros que viajaban de hacienda en hacienda reforzando la necesidad de mano de obra. Sus servicios eran pagados en especies, normalmente comida y ropa.  Su forma de vida aventurera los alejó de formar una familia, dejando muchos hijos sin protección paternal. Una forma alternativa a todo lo anterior era la condición de mediero en que un campesino solicitaba al hacendado una porción de terreno, usualmente muy alejada del centro patronal y a cambio de su uso entregaba la mitad de las cosechas. Cabe señalar que racialmente solo el patrón era un descendiente blanco de los españoles, todos los demás trabajadores de la hacienda eran del nuevo grupo llamado mestizo.

Riqueza por el trigo y las mulas.

En 1687 un terremoto en  Perú destruye sus estructuras de cultivo, canales, andenes y vías de acceso, por lo tanto necesitaron trigo. La colonia chilena, especialmente la zona cercana a Santiago vivirá un auge económico exportando ese cereal al muy rico virreinato de Lima. En lo referido a la ganadería, en esa misma época, se exportaba hacia el gran centro minero de Potosí, en el actual Bolivia, cuero curtido, carne salada (conocida como charqui), sebos (para hacer velas) y un animal híbrido, fuerte como un burro pero obediente como un caballo, llamado mula.

La Iglesia propietaria agrícola.

Muchos ricos hacendados hacían donaciones a la Iglesia Católica, por lo tanto surgieron las tierras de propiedad eclesiástica, las cuales eran transferidas con inquilinos incluidos. No cambiaban demasiado las condiciones de vida de los empleados con el nuevo dueño, y por cierto hasta mediados del siglo XX la Iglesia continuó siendo propietaria de tierras y teniendo dentro de ellas a trabajadores no asalariados. Sin embargo, la orden jesuita en el siglo XVIII logró un nivel de eficiencia y buen trato a los campesinos que se convirtió en una mezcla de envidia y amenaza de parte de los otros hacendados. Ellos construyeron molinos y otras estructuras que modernizaron el trabajo agrícola. La expulsión de esa orden religiosa a fines del siglo XVIII dejó a medio camino esos avances.