Análisis de la obra: «Morir en Berlín»

Para comenzar, diremos que el tema principal de la novela de Carlos Cerda, Morir en Berlín:  es “el destierro” (que se enmarca dentro de la “Literatura del exilio”).

Los partícipes de la historia de Carlos Cerda son chilenos exiliados en la capital de la RDA, por lo tanto, el tema de la novela puede enunciarse aún más específicamente: “el destierro latinoamericano” o bien, “el destierro chileno”. Es así como en Morir en Berlín se nos presenta a personajes que no sólo se encuentran fuera de su espacio físico “original”, sino que, y como consecuencia de esto, se trata de hombres que viven a diario el extrañamiento en el espacio, con la lengua impuesta, con los seres que lo rodean, y especialmente con las reglas de “La Oficina”.

La relación distante que tienen los protagonistas con el espacio, se evidencia en muchas descripciones que se hacen de Berlín. Un Berlín invernal, nevado, oscuro, todo a lo cual se opone al iluminado desierto del norte de Chile: “Al subir de la estación de la calle el Senador se sintió perdido. Lo único que había antes sus ojos era una enorme extensión de nieve unida a un cielo igualmente blanco.” Y esta relación tan lejana de los protagonistas con su espacio, los convierte en seres cuyos sueños se ven frustrados, o en el mejor de los casos, aplazados. Basta para ello recordar a Lorena y su intención de volver a hacer teatro, o bien al Senador y sus esfuerzos por no morir en Berlín, sino en Chile.

Respecto al tiempo en el que viven los personajes, a él se hace referencia sobretodo al final del relato, con motivo del reencuentro de Lorena y sus padres que llegan de Chile. Esa llegada, para Lorena, puso de manifiesto lo que fueron el paso de doce años de distanciamiento: “Desde nuestras ventanas los visitantes eran dos seres incapaces de subsistir sin ayuda; dos ancianos que sólo atinaban a buscar apoyo en los brazos de Lorena.” Y como consecuencia de este tiempo ya pasado, es que vemos el desconocimiento de los más cercanos, una evidente ruptura familiar que no pudo salvarse por medio de cartas. Por otro lado, el tiempo de la novela quizá pueda postularse como un tiempo circular, pues la historia, en el caso de Lorena va a repetirse, ella renuncia a sus hijos, a quienes deja al otro lado del Muro. Lorena parte a Berlín Occidental, cruza la frontera y con ello la disgregación familiar seguirá.

La Oficina

Hablemos un poco de “La Oficina”, cuya presencia en Morir en Berlín me remite necesariamente a relatos como “El proceso”, de Kafka. Los personajes de Carlos Cerda no sólo deben esforzarse por su inserción ya sea laboral, idiomática, e incluso histórica, a un grupo nuevo, del cual intentan no ser extraños.

También deben hacer frente a las estructuras de poder de ese grupo, cuya burocracia impide lo que alguno de ellos, como cualquier otro extranjero de la RDA- buscan a lo largo de toda la historia narrada: visas de permiso para salir, visas para entrar, permisos de divorcio. Todo ese esfuerzo se topa con una entidad abstracta que parece controlar la vida privada y pública de los compañeros exiliados: “Es imposible saber quién está decidiendo tu vida. Siempre es el Secretario, la Oficina, la Comisión de Control… Nunca alguien con nombre de persona […] Nunca ellos, los de carne y hueso… siempre alguno de ellos, claro. Pero transfigurado. Participando del carácter impersonal de las estructuras […] transfigurado en “parte” de la Oficina.” Esa Oficina no sólo anula las esperanzas de los que recurren a ella, también anula a los sujetos mismos que se le acercan a pedir ayuda, pues éstos no son tratados como individuos, uno distinto del otro, con nombre y apellido, sino como colectividades que llenan papeles de petición y solicitudes que rara vez tienen un destinatario concreto. Los acuerdos de la Oficina son decisiones colectivas para el otro grupo, y no de un individuo respecto de otro. Es decir, los personajes de Carlos Cerda no logran ser considerados por esta Oficina como sujetos independientes, sino como una masa uniforme e inconforme, que habita un ghetto. Acaso haya con esto último una crítica implícita a la idea de Estado socialista, ya no presente en Berlín, pero sí en otras ciudades como La Habana.

Con relación al tema del colectivo, el mismo narrador del relato no escapa a esta condición. Jamás hay en él, un enunciado en primera persona; nunca una opinión que no esté respaldada por los compañeros del ghetto; el “nosotros”, de hecho, hace más notorio la anulación de lo individual y la mezcla entre lo personal de lo público.

A modo de conclusión, entonces, creo que la visión del hombre y del mundo que se relata en Morir en Berlín pueda quizá enmarcarse en una visión similar del existencialismo. Allí se ve al hombre como objeto, de un juego entre fuerzas opresoras que podemos identificar con la religión, con la ley, con la burocracia, o con una ideología determinada. El hombre se ve asfixiado. Así como Lorena, Mario o el Senador desesperan con la presencia agobiante y ajena de La Oficina. El destierro de estos personajes no es sólo físico, principalmente es un destierro de ellos con ellos mismos, en que se ven privados de sus sueños, habitan de un mundo construido con mentiras, recordemos la comedia que se arma con la llegada de los padres de Lorena. Sufren la desintegración familiar, la soledad, el abandono, el extrañamiento. Claros síntomas que se relacionan con el exilio.