El Norte Grande y la influencia de Tiwanaku

En los primeros siglos del primer milenio de nuestra era, en el Norte Grande de Chile así como en toda el área andina, el sedentarismo, la práctica de la agricultura y el pastoreo se habían convertido en las principales actividades económicas que desarrollaban los habitantes de este territorio. Como mencionamos, además, existía una serie de intercambios entre las distintas tradiciones culturales del área comprendida en la órbita de los Andes Centro-Sur; estas conexiones, revelan por otro lado, la gran influencia de los pueblos surgidos en los valles del sur de Perú, en el noroeste argentino, y en las orillas del lago Titicaca.

Precisamente, en la cuenca del Titicaca, se producirá el florecimiento de una tradición cultural que ejercerá una influencia fundamental en el crecimiento de las comunidades agroalfareras del Norte Grande de nuestro país. Entre los años 200 y 300 d. de C., el foco más importante de desarrollo político y económico de los Andes Centro-Sur, se trasladó desde el antiguo señorío Pukara situado la orilla norte del lago Titicaca, hacia el extremo meridional del lago, a la ciudad de Tiwanaku. A las orillas de este lago, el más grande de Sudamérica y también conocido como el “Lago Sagrado”, se estableció la sociedad más avanzada de la época, la que logró hacer emerger una forma de Estado desconocida hasta entonces en esta parte del continente americano.

A partir del año 200 d. de C., y durante casi un milenio, la ciudad de Tiahuanaco y sus ciudades satélites se convirtieron en el centro estratégico de una de las sociedades más poderosas y organizadas del subcontinente. Sus enormes construcciones ceremoniales no tienen parangón en el mundo andino, y los objetos elaborados pos sus artesanos se encuentran entre los más complejos y hermosos que se hallan fabricado en toda la América Prehispánica.

Para los etnohistoriadores, las claves del desarrollo de la tradición Tiwanaku se encuentran en tres factores cruciales: en primer lugar, la explotación de las extensas praderas que circundan el lago, sobre las que desarrollaron una amplia ganadería de llamas y alpacas, la que fue integrada con una agricultura basada en el levantamiento de grandes campos de cultivo elevados o “camellones”, en los que se cultivaban tubérculos propios del altiplano y plantas típicas de altura. Se estima que esta economía mixta logró alimentar, en su periodo de mayor desarrollo, a unas 150.000 personas anualmente.

El segundo factor que determinó el surgimiento y la consolidación de Tiwanaku, fue el establecimiento de relaciones de subordinación y colonización con los pobladores que habitaban los valles y oasis ubicados a ambos lados del altiplano; de esta forma, pudieron contar con productos de origen subtropical como el maíz, que de hecho, se convirtió en un elemento fundamental en la dieta y la vida religiosa de los tiwanakenses.

El tercer factor que colaboró en el espectacular desarrolló de la orilla sur del lago Titicaca, fue un adecuado manejo y control de los intercambios comerciales que se daban entre las comunidades de la región andina; gracias a ello, los líderes de Tiwanaku pudieron contar con acceso a productos, especialmente suntuarios, que no podían producir en sus aldeas. Sin embargo, el hecho más relevante de estos intercambios, es la transmisión de influencias ideológicas, políticas y religiosas que determinarían el futuro de gran parte de esta región, en especial del Norte Grande de Chile. En este contexto, los territorios del valle de Azapa y el oasis de San Pedro de Atacama significaban una importante fuente de recursos para Tiwanaku.

Tiwanaku y el valle de Azapa

En los territorios del valle de Azapa, en el interior de Arica, los dirigentes de Tiwanaku implantaron colonias de agricultores que transmitieron a los pobladores locales, conocidos como enturbantados, avanzadas técnicas de labranza y regadío de las tierras cultivables. Estos colonos, denominados Cabuza, lograron que el valle produjera maíz, camote, quínoa, zapallos, calabazas, coca, fríjoles y ajíes; estos productos eran trasladados, mediante caravanas de llamas, hacia las tierras altas de la cuenca del Titicaca. Los agricultores cabuza, en el valle se establecieron en pequeñas edificaciones de plantas rectangulares, y construidas con cimientos de piedras y paredes a base de caña y totora; estas viviendas se ubicaban junto a los campos de cultivo.

La presencia de los pobladores cabuza en el valle ha sido detectada gracias a los hallazgos de recintos mortuorios, en los que se han encontrado cadáveres enterrados en posición fetal o en cuclillas; estos cuerpos estaban, además, envueltos en camisas de lana liadas con cuerdas de totora, las que eran conocidas como unkus. Estos cuerpos, también han sido hallados portando ornamentos tradicionales de Tiwanaku, como lo son los gorros semiesféricos de cuatro puntas. Las colonias cabuza estaban dirigidas por una pequeña casta de funcionarios estatales que habitaban, junto a sus familias, viviendas más grandes que el resto de la población. Las colonias cabuza alcanzaron a relacionarse con las últimas comunidades Alto Ramírez que quedaban en las inmediaciones del valle de Azapa, y también establecieron contactos con los pueblos de pescadores que habitaban el litoral ariqueño. Con estos últimos intercambiaban diversos productos como mariscos, algas, pescados y guano; posteriormente, los grupos cabuza los enviaban a Tiwanaku.

Tiwanaku y el oasis de San Pedro de Atacama

El interés de Tiwanaku sobre el oasis de San Pedro de Atacama fue sustancialmente distinto al que demostraron en el valle de Azapa; por ello, sus formas de relacionarse también lo fueron: a diferencia de lo que ocurrió en Azapa, donde llegaron colonias de pobladores provenientes del altiplano boliviano, entre Tiwanaku y la cultura San Pedro se establecieron relaciones diplomáticas entre sus castas dirigentes. Al aparato estatal de Tiwanaku le interesaban los productos metalúrgicos provenientes de los señoríos del noroeste argentino conocidos como La Aguada, y minerales cuproarsenicales, cobre nativo, piedras turquesas, malaquitas y otras piedras semipreciosas presentes en el desierto atacameño.

Como hemos señalado anteriormente, e incluso en forma previa al surgimiento de la tradición Tiwanaku, el oasis de San Pedro se había convertido en un importante punto de encuentro para las numerosas caravanas de llamas y mercaderes que recorrían el desierto intercambiando una gran diversidad de productos. A este lugar arribaban las producciones de la puna altiplánica, de los valles trasandinos y de los pueblos costeros; en su periodo de mayor auge, esta etapa de la cultura San Pedro, fue conocida como Quitor, y se extendió entre los siglos IV y VII d. de C. Tal fue la magnitud de los intercambios concertados en San Pedro, durante la etapa Quitor, que se han encontrado elementos originarios de Atacama, en lugares tan distantes entre sí, como en la actual provincia de Salta ubicada en territorio argentino ó en la quebrada de Tarapacá, situada al norte de la Región de Antofagasta.

Las relaciones que se establecieron durante la etapa Quitor de San Pedro y Tiwanaku, fueron de carácter oficial y estuvieron basadas en la lealtad que los jefes locales del oasis mostraban hacia los dirigentes de Tiwanaku, quiénes les sobornaban mediante la entrega de variados elementos suntuarios, los que les otorgaban a los caciques atacameños prestigio frente a sus subordinados. Entre estos elementos se hallaban diademas, vasos, hachas, placas y algunos objetos de oro; entre estos presentes también se encontraban los ya nombrados unkus, canastos, cerámicas, vasos-retratos de madera.

El consumo de polvos psicoactivos, que desde la etapa Séquitor se había enraizado fuertemente en los grupos poderosos del Salar de Atacama, fue aprovechado por los dirigentes de Tiwanaku para afianzar las relaciones comerciales con el oasis de San Pedro. A través de esta práctica, compartida por las elites de Tiwanaku, los emisarios altiplánicos generaron un sentimiento de identificación entre ambas castas dirigentes; y además, gracias a la pericia de los atacameños en el tallado de instrumentos inhaladores, solventaron la necesidad de los grupos poderosos del lago Titicaca, siempre estaban en busca de elementos suntuarios que les otorgaran distinción social.

Durante la etapa Quitor, la cultura San Pedro alcanzó su mayor grado de desarrollo, hecho que se vio reflejado en la existencia de una industria cerámica que se considera la más alta producción artística de los pobladores de Salar de Atacama. Esta cerámica se caracterizó por ser de tonalidades negras cuidadosamente lustradas, a partir de la cual se elaboraban botellas con rostros antropomórficos con cuellos estilizados, vasos cuencos, y una serie de vasijas. Sin embargo, a mediados del siglo VII d. de C., cuando las relaciones entre San Pedro y Tiwanaku se hallaban en su mejor momento, los arqueólogos han detectado un notorio declive en la industria cerámica que coincide con el comienzo de una nueva etapa en el desarrollo de esta tradición cultural, que se ha denominado como fase Coyo y que se extiende entre los siglos VII y IX d. de C.

Lo paradójico de la fase Coyo, es que durante su desarrollo llegaron al oasis de San Pedro las mejores piezas de alfarería procedentes de Tiwanaku; no obstante, este tráfico sólo perduro hasta los comienzos del siglo X, puesto que a partir de este momento la cuenca del Titicaca entró en una crisis agrícola de la que nunca se pudo recuperar. Entre los siglo X y XI, el altiplano boliviano sufrió un prolongado periodo de sequía que desbarató las dinámicas interconexiones que se habían establecido entre Tiahuanaco y el resto de las comunidades andinas.

Poco tiempo después que se interrumpió definitivamente el contacto entre Tiwanaku y San Pedro, las aldeas cabuza que estaban emplazadas en el valle de Azapa desaparecieron. De esta forma, el dilatado periodo en que Tiwanaku ejerció pleno control en la zona de los Andes Centro-Sur llegó a su fin; las principales consecuencias de este acontecimiento se manifestaron en las turbulencias políticas y económicas que caracterizaron a la etapa posterior a la caída de los señores del lago Titicaca. Sin embargo, el vacío que dejó Tiwanaku fue aprovechado por algunas comunidades del Norte Grande de Chile, que en la etapa siguiente se transformaron unas sociedades altamente competitivas. Este periodo ha sido denominado por los arqueólogos como la fase de los desarrollos regionales.